La piedra permanece sorda
hasta que tropiezas con un
guijarro
y brinca con sonido ronco
por cada roca
con la que va trompicando,
salvo al caer en la arena,
donde se abraza y consuela
entre suspiros silentes.
Hay una música que todos
identifican
en la copa del abedul,
cuando acariciado por la
brisa
es arpa que se estremece;
como también esa musicalidad
la madera de su tronco
cuando es cajón que abre o
cierra
o instrumento que presta su
figura al viento.
En el rocío nocturno,
cuando rompe el alba,
los gemidos condensados de
la noche
en primorosas esferas
transparentes,
son como cuentas de un
rosario de gozos y penalidades,
misterios y salmodias, cánticos
naturales.
La música de la naturaleza. Hay que tener mucha sensibilidad para saber oírla. Y dotes de poeta -como el autor de esta entrada- para interpretarla.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Muchísimas gracias, Cayetano, por lo mucho que de ti recibo cada día. ¿Cómo pagarte?
EliminarUn abrazo.
Que bien lo dije tu amigo Cayetano . Tu hablas de esa música de la naturaleza que pocos la oyen y la aprecian .
ResponderEliminarYa sabes que cuando estoy por aquí vengo a verte.
Un abrazo.
La naturaleza nos habla constantemente y si la escuchamos nos damos cuenta de su pasión y su entrega por todo lo que la rodea.
ResponderEliminarMi felicitación por tu atenta mirada, siempre sensible y creativa.
Mi abrazo y mi ánimo siempre.