El presente es huida, éxodo, deserción,
escapatoria fugaz de un visto y no visto;
en cuanto se desvía la mirada
ya es realidad transformada
en una pose que tuvo lugar anteriormente,
un fuguillas de mal asiento, siempre desubicado,
con la vigencia urgente del pensamiento,
ya casi demora rezagada.
El pretérito, en cambio,
ese trastero donde con bastante desorden
se colmata el gesto torcido
de aquello que se llevó la precipitación
y que, selectivamente,
acude a la memoria a capricho
y sin ningún orden establecido;
un caos que se acentúa
según el calendario se despuebla
en su constante fase otoñal:
una realidad duradera y caótica
que embota la mente y hasta produce atascos.
El futuro es pura elucubración,
una ilusión que pocas veces se cumple;
las maquinaciones se van
por el rebosadero de la abundancia
y antes de que llegue su momento
ya forma parte de la alineación del olvido,
o por el contrario se demora y se demora
eternizándose sin llegar a ser nunca.
Y si como es notorio la perfección no existe,
¿qué puedo decir del pluscuamperfecto?
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