Desde la ventanilla del tren
se deforma lo cercano,
se arremolina lo inmediato
y al poco desaparece
allá por las alturas,
como esfumado por un tahúr.
Lo remoto en cambio
se mueve muy lentamente,
pero sin llegar a girar,
y manteniendo cierto hieratismo,
como dudando si unirse o no al convoy
y acaba haciendo mutis en un escorzo
como el resto del paisaje.
Por la ventanilla también se esfuman
la atención debida y algún que otro quebranto
que ha sido aplazado por el tránsito
hacia el destino de cada quien,
el gobierno de cada uno,
el sosiego múltiple de cada pasajero.
Desde la ventanilla todo es fugaz,
pero mirando al pasillo
y a las inquietudes que originaron el viaje,
cada marcha tiene su itinerario
y también su meditación,
a veces lenta como una fermentación
eternamente inacabada.
Como en el cine,
la ventanilla es el espejo deformado
de esa otra realidad
que nos queda al otro lado
de nuestra vida, de nuestro ser y sentir.
Me gusta viajar en tren.
ResponderEliminarMuy bello poema le has hecho.
Un fuerte abrazo.
Muchas gracias, Sara. Me vino así como miraba por la ventanilla, con esos primeros planos girando sin cesar y esfumándose.
ResponderEliminarUn abrazo.