Dos antiguas palmeras,
desiguales como un guiño enarbolado,
plantadas como escolta
en guardia permanente,
una mirada al cielo y otra al suelo,
filtro de la brisa que se entrelaza
y canta en consolidada melodía.
El viento, en ocasiones, las agita,
da un rodeo por la copa plumosa
y vuelve a salir ufanamente,
entre el griterío de un sin fin de pájaros.
Desde esa altura,
en vecindad con las campanas,
el reloj es una cantinela de bronce
que se repite en las horas en punto.
A escasos metros, música acuática,
constante, permanente, incesante,
como la sed insatisfecha:
cuatro surtidores que manan sin cesar
con transparencia incólume.
No tiene. En verdad no tiene atrio,
pero digamos que todo este entorno
es el preámbulo del templo,
donde la luz es más refulgente
al tiempo que también más serena.
Resistió a los embates de otro tiempo. No tiene atrio, retablo ni oropeles. El techo de preciosa marquetería. Acogedora y bella en su sencillez. Donde se casaron mis padres, ...Ya ves, tenemos recuerdos comunes.
ResponderEliminarPuede más el dolor que el amor al recordar.
Un abrazo 🌹
Me alegra saber que comparto algo con ellos. Mi mujer y yo nacimos en Ojén y aquí trascurrió nuestra infancia y juventud.
EliminarUn abrazo.