La ciudad, coqueta ella,
pliega su actividad arracimada
bajo las puntillosas luces ledes.
Ha caído la noche como improvisado bostezo,
entre el cansancio y el hambre,
entre la fatiga contenida y el sueño.
La luna es apenas una escasa porción
evocadora bajo mínimos en la distancia
y la actividad ha bajado el cierre
con más o menos desgana.
La urbe es una mujer cansada,
en cuyos ojos luce la pátina de la fatiga
y la ojerosa sombra de la noche;
en su cuello rige la esbeltez
que le otorga empaque y señorío,
en su boca fresca una tilde de menta
y en el brillo de sus ojos un fanal
de aromática biznaga.
De su melena penden rizos tornasolados
y en sus hombros la esbeltez
de un sueño inalcanzable.
Su tronco es la estructura del donaire
y sus caderas el trazado idílico
de una elegante rotonda.
Su viente es futuro esperanzado
y sus pies recoletos
la senda por los que perderse o encontrarse.
Amanecerá de nuevo,
se diluirán las sombras,
y la luz solar vendrá a confirmar
cada una de estas emociones
con el severo rigor leguleyo de un notario.
Curioso y sorprendente poema a esa ciudad nocturna, es increíble la mente que tienes pare escribir . Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias por esas exclamaciones, Charo.
EliminarUn abrazo.
Poema delicioso. Se antoja su aroma, su sabor, su textura. No quisiera que terminara.
ResponderEliminarUn gran abrazo!
Como delicioso es tu comentario. Muy agradecido, Sara.
EliminarUn abrazo.
Hermosa personificación de la noche, toda una metáfora-muer, que da vida, cuerpo y alma a la noche...Su misterio, su belleza, su atractivo físico te recuerda la figura de una mujer, que deambula por sus calles...Una preciosidad, que nos muestra tu capacidad creativa y tu sensibilidad, Francisco.
ResponderEliminarMi abrazo admirado, amigo poeta.
Me ha quedado la sensación de que no todo el mundo lo ha interpretado, pero ya sabes que hay tantas interpretaciones como lectores. Gracias y mil gracias, María Jesús.
EliminarUn abrazo.