Como por azar, he encontrado la capacidad
de transformarlo todo:
cierro los ojos a pleno día
y todo queda a oscuras,
se evade la luz por algún resquicio
y de repente habita la oscuridad de la noche
y también su estanque de inquietudes.
A ciegas todo queda más lejano
y se hacen insalvables los obstáculos;
entonces se agudiza el oído
y surte al plano de protagonismo
aquello que antes pasaba desapercibido.
Vuelve a mis papilas el regusto de tus besos,
la demora del tiempo remecido
en la oquedad de tus labios y los míos;
cuento y hasta pierdo la cuenta,
son muchos dedos para una sola mano
y son los tuyos ensortijados,
entrelazados a los míos buscando privilegio.
Vivo de nuevo tu tacto recorriendo
mi geografía sin ningún orden,
pero adormeciendo el tiempo y dilatándolo
con la lentitud de las cosas sin fin.
Me giro y vengo a dar con mi nariz en tu cuello,
donde la esbeltez de lo innombrable
se hace materia de estudio odorífero.
A veces, a pleno día, cuando se incita al deseo,
basta con cerrar los ojos,
-tan solo un instante-
para vivir lo reservado a los grandes momentos.
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