Pedía por entre los
veladores
haciendo sonar un vaso de
plástico
con unas monedas;
en su mirada había una vieja
herida
que no era fácil
diagnosticar
y que dejaba al descubierto
los guiñapos del alma.
Antes que nada, se colocaba
en el arco de todas las
miradas
y comenzaba a cantar
simulando con las manos
tocar su inexistente
guitarra.
Tendría un nombre.
Seguramente
tendría un nombre,
pero le conocen como el de
la guitarra.
Se acompañaba con las manos
desnudas;
no cantaba mal, pero a veces
desentonaba,
aunque en su repertorio
─como en sus ojos─
llevaba partituras de honda
tristeza.
Hay gente que pide ofreciendo alguna habilidad: tocar un instrumento, hacer mímica... Es menos humillante para el que pide.
ResponderEliminarUn abrazo,Paco.
Sin lugar a dudas. Un día se me quejaba un flamenquito de la competencia venida del este con tanto acordeonista, flautista y hasta violinistas.
EliminarUn abrazo.
Una situación triste que no debería de existir.....la riqueza debería de estar repartida de tal forma que todos tuvieran una vida digna sin necesidad de humillarse para pedir.Saludos cordiales
ResponderEliminarSin dudas que sí, Charo, aunque ese reparto no sea, en mi opinión, sino el de la igualdad de oportunidades.
EliminarUn abrazo.
Que mal se deben sentir las personas que pierden su dignidad pidiendo limosna.Opino como Charo que no debiera existir esta desigualdad y de ser necesario demostrar un talento artistico al hacerlo.
ResponderEliminarAsí debe ser, Lucía Angélica, nada de esto debería existir. No obstante es bueno distinguir que hay músicos callejeros que exhiben sus virtudes sin degradarse.
EliminarUn abrazo.
Desentonaba a veces, porque su guitarra (imaginaria) estaba mal afinada.
ResponderEliminarEsas miradas...
Abrazo grande de anís.
Es un dolor misericordioso el que se siente al contemplar a estas criaturas, Sara. ¿Quién sabe por qué han llegado a la calle?
EliminarUn abrazo anisado.
En tu poema suena su voz y sueña su guitarra, Francisco.
ResponderEliminarQue Dios los bendiga para que tengan lo que necesitan.
Mi abrazo.
Hay muchas pobrezas, María Jesús, casi tantas como necesitados. Gracias por tus palabras.
EliminarUn abrazo.