Cuando amanecía,
por aquella rendija
misteriosa entre las tejas
entraba el primer rayito de
luz
y se derramaba sobre mi cama
vistiéndola de amarillo;
si despertaba de madrugada
era la luna la que se colaba
regalando su color azulado
con el que me acurrucaba
hasta volver a dormirme.
A veces llovía y había que
desplazar la cama
y colocar una palangana
para recoger la abundancia
del cielo;
pero esa faena solía hacerla
mi madre
y casi siempre mi padre.
Cuando golpeaban las gotas
sobre la porcelana,
un pequeño batallón de
soldaditos de plomo
desfilaba en la oscuridad
a los sones del tambor;
la pena es que volvía a
dormirme
y me perdía la marcial disciplina
mientras el tambor no dejaba
de redoblar.
Por aquella rendija
misteriosa
que mi padre no sabía
taponar,
entraban luces, aguas, y
sombras,
pero también se elevaban
muchos misterios.
Es tiempo de ternuras y añoranzas. Por edad y por la fecha en que ya estamos. Que pases una feliz Navidad rodeado del amor de todos los tuyos.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Angalu, eso mismo te deseo: paz y amor. Que seamos tan valientes para perdonarnos los unos a los otros esas cosillas que no nos gustaron, pero que no podemos consentir que fragmenten a la familia.
EliminarUn fuerte abrazo.
Precioso, de lo más bonito que he leído. Saludos.
ResponderEliminarMil gracias, Manuela, por el derroche de generosidad.
EliminarUn abrazo.