Tuvo una infancia muy alegre. No conoció a su padre, aunque contaban de él que un buen día salió de casa a comprar tabaco y nunca más regresó; su madre tenía al parecer mucha parentela y con frecuencia la mamá le presentaba a algún desconocido como tío suyo, cuando ambos coincidían en casa.
Una tarde de domingo vio en el cine Movidic, de donde tomó la costumbre de arponear con una caña afilada los barbos del río. Llegó a tener una gran puntería y donde ponía el ojo clavaba la caña, así que presumía que en su día sería arponero, si lograba embarcarse en un ballenero. Intentó alistarse como grumete, a espaldas de su madre, pero el puerto hacía mucho que no tenía actividad y sólo navegaban por la zona pequeñas chalupas y el transbordador que hacía la travesía de orilla a orilla unas cuatro veces al día.
Ambrosio pasaba más horas en el río que en la escuela, ya que unas veces hacía novillos y otras le expulsaba don Esteban para que no agitara al personal. Uno de esos tíos, que como tal le había presentado su madre, pasó en casa unas cuantas semanas. Parece ser que Ambrosio también era molesto para el tío en casa y le regaló una escopeta de aire comprimido para mantenerlo lejos de casa y de su madre. Se obsesionó te tal modo haciendo puntería, que en breve tiempo había dejado sin fruto los naranjos del paseo; le reprendió el municipal advirtiéndole que le requisaría la escopeta, y fue entonces cuando comenzó a hacer puntería con los pajarillos del soto y en la era. Ambrosio era infalible; siempre hacía diana sobre cualquier cosa que se lo propusiera.
Cuando tuvo que ir al servicio militar fue seleccionado como tirador de primera, pues hacía diez de diez. El día de la patrona, tras el ejercicio de tiro y la misa de campaña, recibió con todos los honores un diploma y un pase de una semana de permiso; cuando se incorporó fue llevado directamente al calabozo, pues constaba una denuncia sobre él del sargento comandante de puesto de la guardia civil: se había pasado toda una tarde haciendo puntería sobre su desaparecido tricornio.
Menuda joyita el tal Ambrosio.
ResponderEliminarEl texto excelente, Francisco.
Un beso.
Un bonito relato.
ResponderEliminarAunque sea cierto, el señor Ambrosio era lo que se llama "un bala".
Me encantan estas historias.
Abrazos
jijiji, bueno, por lo menos los pajaritos le agradecerían que cambiara de blanco!
ResponderEliminarMucho mejor apuntar a un tricornio, a fin de cuentas.
Una delicia de relato.
Feliz comienzo de semana
Bisous
Muy bueno, no esperaba ese final. Feliz semana
ResponderEliminarPor eso tienen tan mala leche los del tricornio...
ResponderEliminarMuy buen relato!
Saluditos!
;)
Sorprendente, tanto el texto como el final.
ResponderEliminarMuy buen relato, Francisco.
ResponderEliminarSaludos
El tal Ambrosio era una buena pieza. De haber nacido en la España de hoy dirían que es un niño hiperactivo. En aquellos tiempos, era un simple gamberrete de bofetón.
ResponderEliminarNo hagamos apología de disparar a los tricornios que, aunque sea broma, luego pasa lo que pasa.
Un saludo.
Un relato excelente como todos los tuyos. Felicidades Paco.
ResponderEliminarUn fuerte y calido abrazo
Me ha gustado mucho, Francisco. Tiene cierto sabor nostálgico.
ResponderEliminarAmbrosio poseee ese punto rebelde y descuidado de quien no ve en su casa orden ni concierto. Lo que pasa es que, en el fondo, es una buena persona y sus actos no trascienden más allá de de la frontera de la travesura.
Un abrazo.
Tenía buen humor el tal Ambrosio, lo que ocurre que a esas edades hay que se mas formal:)
ResponderEliminarAl fin y al cabo solo hacía lo que sabía hacer.
¿a posta?....
Un beso
Me ha gustado mucho el relato. Final inesperado. Menos mal que apuntó solo al tricornio y no al propietario. Por un momento pensé que su afán de tirador le había llevado demasiado lejos.
ResponderEliminarEl inicio del relato me hizo recordar al padre de unos niños que conozco, cuyo padre hace dieciseis años que fue a por tabaco y aun no volvió.Ni siquiera puso unas letras, tampoco hizo una llamada.
La vida real es una fuente constante de inspiración.
Un abrazo.