Contaba las historias saltando de una a otra, como si de leves peldaños de un misma escalera se tratase. Ya era un anciano cuando lo conocí en el casino del pueblo, siempre tocado con un sombrero, bajo el cual su cuero ofrecía un fuerte contraste de color, sin duda tallado de intemperie. Había sido campesino, pero hacía algunos años que ya había entregado las tierras a sus descendientes y ahora gastaba las horas jugando al dominó y contando continuamente historias, no todas ellas vividas.
Relataba que cierto día, estando binando con la ayuda de un morito que trabajaba con él de continuo, vio cómo un escarabajo escarbaba y sacaba bolas de estiércol de su sembrado; lleno de ira porque le quitaba el sustento a su cosecha, levantó el azadón con ánimos de acabar violentamente con la vida del pelotero, pero en eso, Abasi, que así se llamaba, le sujetó el brazo impidiendo que aplastara para siempre al ladrón de su estiércol. “¡No, eso no!” El morito no era moro, sino egipcio, y le contó cómo en su país el escarabajo es un ser sagrado en el que se encuentra el renacer de la vida y que en Egipto lo han convertido en el amuleto de la vida y el poder. También le contó que el que lo porta en vida tiene la protección contra el mal, visible o invisible y recibe vida, poder y fuerza diariamente, y el que lo porta en la muerte, es decir de acuerdo a los ritos funerarios, tiene la posibilidad de resucitar y obtener la vida eterna. Como amuleto, en la parte de abajo lleva grabada una fórmula místico-religiosa tomada del libro de los muertos que reza así:
Fórmula para que el corazón de un hombre no declare en contra suya en el juicio de Osiris. Corazón mío, que procedes de mi madre, ¡Lo más íntimo de mi ser! ¡que tu testimonio no me sea adverso y no te enfrentes conmigo en el tribunal divino, que nuestro nombre sea bello, suene bien a quien lo oiga y que agrade al juez! No profieras mentira alguna contra mí en presencia de los dioses ¡Ante Osiris, el dios magnífico y dueño de occidente! ¡Serás ensalzado si ante él sales airoso de la terrible prueba!
El morito Abasi logró paralizarle por unos instantes con la misteriosa historia de sus creencias, mas al poco reaccionó Gregorio, se agachó, cogió con mimo al animal y con la misma delicadeza se la entregó diciéndole: “¡Toma, guárdalo entre tus cosas o cuélgatelo al cuello como amuleto, pero dale a comer de lo tuyo, porque el estiércol es la comida de mi cosecha!”
Sabia decisión la de Gregorio. Cada cual debe ser consecuente con lo que cree.
ResponderEliminarUn saludo
Muy hecho por parte de Gregorio, el que quiera escarabajos que se los lleve a su patio.
ResponderEliminarUn beso Francisco.
Y si alguien quiere rezar a un cochino que sea en su pocilga. Allá cada uno con sus creencias, pero nunca en casa ajena.
ResponderEliminarUn saludo.
jijijiji, bueno, esto sí que es un final feliz: tanto el escarabajo como la cosecha se salvaron al final. Y es que los escarabajos, en efecto, son buenos como amuletos, pero no para todo.
ResponderEliminarMe encantan sus relatos!
Feliz comienzo de semana
Bisous
El otro día estuve viendo un reportaje sobre el escarabajo como animal sagrado en el antiguo Egipto. Me llamó muchísimo la atención el tesón que ponen en conseguir arrastrar su "bolita" hasta las arenas del desierto.
ResponderEliminarUn saludo!
Hay que respetar a todos los animales, todos son mágicos a su manera.
ResponderEliminarPreciosa entrada Francisco.
Besos.
Ingeniosa salida la de Gregorio.
ResponderEliminarUn saludo, Francisco.
Muy interesante la decisión del amigo Gregorio... Yo todavía estoy pensando en ella!
ResponderEliminarun abrazo!
;)
el respeto a la vida por sobre todo, no?
ResponderEliminarbesos