Las viejas palmeras,
pórtico permanente del atrio
en el silencio de la noche
o en el clamor del día de mercado,
o cuando mirando al suelo
nos centrábamos en los juegos,
o departiendo en los veladores
vinos y viandas.
Las esbeltas copas verdes
en competencia y cosquilleo
con el azul del cielo,
donde los ángeles saben descifrar
cada gesto fluctuante en el aire.
Al pie, los juegos infantiles
y en las solemnidades punto de encuentro,
puesta en escena
y decorado natural de cánticos y alabanzas,
punto de arranque o despedida
de cada desfile procesional.
Impertérritas, enhiestas, que no altivas,
protección natural y oasis,
preámbulo,
proemio del templo que me vio crecer.
Marco perfecto para el recuerdo. Un abrazo
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