La eternidad es esa imagen imperecedera
que ni el curso de la vida
ni la inmortalidad tienen capacidad
de vislumbrar y hacerla moneda en curso.
Es el cliché indeformable y fiel
de aquella primigenia impronta
donde tú eras la aparición espontánea,
la sublimación del más recóndito deseo.
De aquella luz purpúrea del amanecer,
de aquel tótem inalcanzable, ni en sueños,
encaramado en la cotidianeidad de la vida.
La eternidad es mirarte limpiamente
con el pulcro deseo de lo inmarcesible.
Como dice el refrán: "No hay nada que 100 años dure o no mucho más,
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