Tú conoces cada uno de mis escalofríos:
lo que me motiva y lo que me pierde,
lo que me centra y lo que me desborda.
Tú conoces mi jardín: cada aroma,
cada mancha de color que tiñe el verde,
cada brote incipiente y también
la voz ajada de lo marchito
que solicita mimos a gritos
en busca de un urgente rescate.
Tú conoces mi voz y sus matices:
lo que me embriaga y lo que me enloquece,
lo que me desborda y lo que me centra,
la partitura que pauta mi vida.
Tú conoces mis gustos:
todo aquello que me enoja
y también lo que me resulta placentero.
Tú conoces mi tacto en el tuyo:
la tibieza o el escalofrío,
la ansiedad que quisiera ser cola
y también el mamparo donde me guarezco.
Tú conoces todo...
Por eso no necesito pedir,
sino aguardar, en tu cercanía,
el aluvión con el que me rescates.
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