Ese equilibrio, esa luz que te ilumina,
esa agilidad que desconoce el peligro
con la que te pones en riesgo,
esa tramoya enramada por la que te deslizas
y te pones en vilo, como con venda en los ojos.
Es esa y se llama osada juventud.
El encanto de lo divertido y lúdico,
la maravilla de tu liviano cuerpo,
de rama en rama, sin atisbo de riesgos,
como un zorzal que busca anidar,
como jovial calandra, madre amorosa,
que anida engorando mientras canta.
En las alturas mora lo sublime, es cierto,
por eso lo divertido, lo festivo e intrépido,
no está para nada en el durísimo suelo,
sino en el entramado azaroso de zarzas
y una cama de púas como lecho de faquir,
que ni ves, ni barruntas, ni intuyes, ni recelas.
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