En el silencio
de mi cuarto a oscuras,
mis ojos siguen los pasos de mis hijos
por esos caminos
del pan nuestro de cada día.
En mi despertar,
reconozco el sonido amortiguador
del tren de aterrizaje,
el rodar metálico del trolley
y la fila con pasaporte en mano,
el hotel siendo recepcionados
y en mi lugar era a la inversa.
A oscuras, la vida se parece
a un celo de imaginaria,
como recuerda una fotocopia
a su desubicado original.
Quizás me he impacientado
esperando buenas nuevas,
pero no es fácil desenganchar
y dejar de ser padre.
Los niños/as (hijos/as) lo son mientras los padres vivamos y los tratamos, a veces sin darnos cuenta, cuando son adultos, como niños.
ResponderEliminarUn abrazo.