En el silencio
de mi cuarto a oscuras,
mis ojos siguen los pasos de mis hijos
por esos caminos
del pan nuestro de cada día.
En mi despertar,
reconozco el sonido amortiguador
del tren de aterrizaje,
el rodar metálico del trolley
y la fila con pasaporte en mano,
el hotel siendo recepcionados
y en mi lugar era a la inversa.
A oscuras, la vida se parece
a un celo de imaginaria,
como recuerda una fotocopia
a su desubicado original.
Quizás me he impacientado
esperando buenas nuevas,
pero no es fácil desenganchar
y dejar de ser padre.
Los niños/as (hijos/as) lo son mientras los padres vivamos y los tratamos, a veces sin darnos cuenta, cuando son adultos, como niños.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es evidente que no son niños, sino personas bien formadas y adultas que salen a trabajar ocasionalmente fuera de casa; pero para mí siguen siendo mis niños.
EliminarUn abrazo, Emilio.
Y que desazones nos traemos con los hijos durante toda la vida y más si se tienen lejos. Es ley de vida, los criamos para ser independientes y cuando lo son siempre los extrañamos.Saludos
ResponderEliminarEl amor a los hijos no tiene medida, Charo. Quizás esa sea la explicación.
Eliminar...y caminamos con ellos y hasta entramos a la oficina y al trabajo...nos metemos en su mente y sentimos su cansancio y su tristeza, Francisco...No sabes cuánto he andado por Australia (desde aquí) durante 14 años. Ahora que lo tengo en el pueblo descanso, pero el de Múnich sigue allí...En fin, siguen siendo nuestros niños, como dices.
ResponderEliminarMi abrazo entrañable, amigo poeta.
Los hijos son como una escisión de uno mismo y no hay otra explicación posible para esos 14 años de peregrinaje remoto que nos cuentas.
EliminarUn abrazo entrañable.
Es dificilísimo.
ResponderEliminarY además no hay explicación posible desde la lógica, Tracy.
EliminarUn abrazo.