Llegada la cima de la tarde,
el sol sangra su esfuerzo diario
por las heridas abiertas del tránsito.
El cielo se impregna de su ahínco
y la mar lo disuelve y deglute
hasta asimilarlo en su seno.
Sobre el horizonte una visión deformada
que limita su obstinado desafuero
como trampantojo tenaz y engañoso.
En la arena, alisada por el poniente,
el tintado de luz del astro en retirada,
y sobre la arena, tu huella indeleble
acentuando tu dolorosa ausencia.
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