En sus erosionados cuerpos
el roce y el desgaste de los tiempos,
los pliegues y arrugas de la piel
como mapa inequívoco y mudos
de los caminos vividos y explorados.
Con las fuerzas que restan
gesticulan y vociferan cada jugada,
retozar y manipulan los naipes,
los hacen bailar en sus temblorosas manos,
antes del golpe y envite sobre el tablero.
Esa baza justifica el gozo
de ganar o perder matando,
al tiempo que da otro sorbo
al descafeinado o la cerveza sin alcohol
y en la sonrisa burlona y el guiño
evoca a quien nunca dejó de ser.
Las copas y otros arrebatos físicos
forman parte del adormecido vigor del pasado.