Oigo repicar las campanas
de
san Lorenzo,
el reloj de la torre dando
las horas,
el gentío de la plaza
y la chiquillería jugando a
la pelota.
En todo ello están presentes
los sonidos simétricos de
Ojén,
la infancia que me vio
crecer
a los pies de la iglesia y
las palmeras
en la Plaza de Andalucía,
donde ondeaban tres banderas
añejas
en los tres mástiles del
Ayuntamiento.
Y tú, inmigrante, ¿qué
sonidos,
qué aromas, qué semejanzas
te separan de aquello
que has dejado atrás
para poder rebuscar
─bajo amenaza de multa─
en los cubos de basura?
Unos vienen y otros nos fuimos. "Las gallinas que entran por las que salen".
ResponderEliminarUn saludo.
Es cierto, pero no podemos vivir de espaldas al sufrimiento ajeno.
EliminarUn abrazo.
Dicen que cuando uno se hace grande , necesita volver a sus orígenes. Yo lo he comprobado.Entendí tu poema. No es nuestro caso , no somos inmigrantes de nuestra propia tierra. Yo no lo soy, vos tampoco.
ResponderEliminarLindo homenaje a tu pueblo.
Apapachos.
Por supuesto que no es nuestro caso. Lo que he tratado de hacer, es preguntarme por el otro: si a mí las campanas de mi parroquia en Sevilla me recuerdan a las de mi infancia en Ojén, ¿qué recuerdos tendrán esas personas que han abandonado su país de origen en busca de un mundo mejor?.
EliminarApapachos.
Demasiado sufrimiento, quizá somos de hielo...
ResponderEliminarMe gusta tu pueblo.
Besos
¿Conoces Ojén? Yo nací en el número 6 de la calle La Fuente, que arranca en la plaza de la Iglesia, así que seguro has pasado por la puerta de mi paritorio.
EliminarGracias y un beso.
Hermoso en su dura realidad.
ResponderEliminarAbrazos
La vida no es fácil y entre los momentos de gozo se entremezclan muchos de otro calibre.
EliminarUn abrazo.
Me he emocionado al leerte, pero con eso no sé arregla nada, entre otras cosas porque quienes lo pueden solucionar no se emocionan.
ResponderEliminarYa lo sé, Tracy. Ni siquiera lo hago por limpiar mi conciencia, sino de manera irremediable.
EliminarBesos.