Me obsesiona el silencio; lo
confieso.
Ni el frío ni las altas
temperaturas me exasperan
tanto como los ruidos no
buscados.
En casa me gusta oír mi
propio televisor
o la música que elijo, pero
no
la empapadera absorbente
de voces ajenas que se
filtran
por la baja calidad de los
tabiques,
con la imprudencia de no
haber
sido invitados. Me opongo.
Me marcho.
Ya en la calle, unas palomas
dejan de picotear
y se espantan y agitan en mi
presencia
con fuertes aleteos de
despegue.
A mi paso, los grillos
silencian en actitud de respeto
o tal vez en sigilosa
defensa.
La brisa, fiel a su
partitura, agita el follaje
y se hace plácida armonía repetitiva
como las variantes de una
misma sinfonía.
En la calle, todo enmudece.
El silencio sólo sufre
de interrupciones humanas
y conductores acelerados,
alienados y alterados.
Bello poema. El silencio es oro...
ResponderEliminarUn abrazo fraternal querido amigo Francisco.
MA.
El blog de MA.
El silencio ! todo un tema.No siempre es lo mejor.
ResponderEliminarEl silencio elegido es bueno y sanador, pero a veces el silencio es pariente de la soledad.
PRECIOSO POEMA !
Apapachos.