Cuando parece que el tiempo
se ha detenido
y la luz se ha enredado en
una rama bien alta,
es falta de atención, es
desenfoque del presente
mirando por el retrovisor de
la irrealidad
por la que te marginas, una
escora
desaplicada que te instala a
vivir
en la atalaya de otro
instante obsceno
y te saca por la puerta
trasera del presente.
Junto a mí, un coro juvenil
de risotadas
y anécdotas hiperbólicas que
vocean
con escasas variantes de lo
vivido y sufrido
cualquier otro día a la hora
de la pose bizarra;
cada uno va sesgando el
acento esdrújulo
y estridente como si el
objetivo estuviera
fuera de lo imposible o con
el mero propósito
de fastidiar la paz del
próximo y hasta del alejado.
Los niños meriendan, las
madres porfían:
ellos devoran las chuches y
ellas insisten
en las conveniencias de una
alimentación sana;
los padres, todos al margen,
juegan con sus teléfonos
y las abuelas ríen las
gracias
y hasta las soserías más
anodinas de sus pequeños.
Mientras leo, una agitación
hace proscenio
invitándome a abandonar
y a veces hasta me pierdo en
las bambalinas
de todo ese acontecer que me
subyuga;
dicen que es falta de
concentración…
pienso que es cosa del gran
angular
de estos oídos que se
desorientan
cuando la vida externa
quiere prevalecer
a costa de esa otra más
interesante
que se deshilacha en las
páginas de un libro.
Mientras leo en la piscina,
en la playa o el campo,
una confabulación se alía
para llevarme a la derrota.
Mientras leo, aprendo a saborear tus letras,
ResponderEliminara saborear la vida antes de su derrota.
Un abrazo de MA.
El blog de MA.
Es que las lecturas veraniegas son así, pero tienen su encanto, ¿verdad?
ResponderEliminarAbrazo!
Esos malditos críos, ese bullicioso enjambre a nuestro alrededor que no deja ensimismarnos en nuestra lectura, la del libro y la de nuestro propio pensamiento... Al final va a resultar, pese a todo, que la vida sigue, con o sin nosotros. Ya lo decía Juan Ramón en ese viaje hecho poema.
ResponderEliminarUn saludo.