Cuando un viaje es tan largamente planificado, hasta los imprevistos parecen encajar dentro del esquema de lo que podríamos llamar rutinario. Habíamos conseguido los pasajes low cost dos meses antes de la salida, así que tuvimos tiempo para meditar cada una de las cosas que queríamos hacer. Maui es una de las seis perlas del Pacifico, la segunda en tamaño después de Hawai. Una isla con un fértil istmo entre dos volcanes que le infieren unas características irrepetibles y paradisiacas. En el avión tuvimos tiempo de aburrirnos de comer varias veces de ver alguna película y hasta de echar algún que otro sueñecito, pero nada más bajarnos en el aeropuerto de Kahului fuimos recibidos con guirnaldas y collares de flores por unas jóvenes tostadas de sol, ligeras de ropa y con unas sonrisas tan blancas y amplias como sus bocas de porcelana.
Un joven uniformado levantaba por encima de su cabeza un cartel que sostenía entre ambas manos con el rótulo de Hana-Maui Hotel. Le mostramos la documentación y se ocupó de acomodarnos y colocar en el maletero el equipaje. Estábamos sobrecogidos por la exuberancia y la gama de azules del mar. Si el paraíso estuviese en la tierra, estábamos en el paraíso. Nos dieron una suite, cuya terraza es una balconada sobre el mar, al igual que el cuarto de baño, cuya pared traslúcida se asoma al Pacífico como si el límite del mundo coincidiera con la línea del horizonte. En la habitación, tanto en el salón como en el baño, teníamos la sensación de ser los únicos habitantes de aquellos pagos. Estábamos cansados y usamos el room service para que nos sirvieran algo de comer en la habitación mientras tomábamos un baño.
Cuando despertamos había amanecido de nuevo. Tras desayunar, nos hicimos con un coche pequeño de Hertz y nos dispusimos a conocer la isla. Nos dirigimos hacia el sur y optamos por la playa de Makena; el agua era lo más parecido a una piscina cubierta por la tranquilidad del mar y la temperatura de unos 28 grados, arenas blancas interminables y la vegetación asomándose al agua como si no saciara nunca la sed; por la arena unos surcos extraños nos descubrieron ser el camino dejado atrás por las tortugas que se adentraban en el mar. Alquilamos un barquito de unos cuatro metros y nos perdimos entre los azules como quien se adentra por los caminos siderales de cielo. Aguas transparentes y una corte de peces haciendo escolta, tal vez acostumbrados a recibir algunas dádivas desde la borda de los turistas. Se nos fue la cuenta y tuvimos que reajustar el programa para volver al día siguiente sobre los lugares proyectados.
No sabíamos si llegaríamos tiempo, pero en Maui siempre es el momento oportuno de degustar un exquisito majar sin tener en cuenta la hora que marque tu reloj, basta con tener apetito y un puñado de dólares o la Américan Express. Cenamos en el hotel, en unos de los mejores resorts que jamás hemos disfrutado. Nos dejamos aconsejar por el chef McCormick y fue un acierto que él fuera descubriendo cómo sorprendernos y agasajarnos. Finalmente, acabamos el día descorchando un Moët & Chandon en la terraza de nuestra habitación como epílogo a un día inolvidable y una noche que se nos antojaba eterna.
Al día siguiente fuimos al Parque Nacional de Haleakala, donde se puede ver el cráter del volcán del mismo nombre, conocido por los locales como “La casa del sol”. La carretera asciende hasta una altura de 3.500 metros en apenas una hora de coche, pero mientras subíamos nos encontramos con numerosos ciclistas que bajaban a toda velocidad; y es que una de las actividades que ofrece la isla al turista es el descenso en bici desde la cima hasta el mar, tras haber subido en una furgoneta. Son varios los miradores que encontramos en el camino y en la cima un observatorio astronómico y un centro de información donde no olvidar aconsejar que se camine despacio para que el cuerpo se aclimate a la altura paulatinamente. En la cumbre se vive la sensación de un paisaje lunar, pero de colores cambiantes entre rojo, marrón, teja, gris, amarillo, verde…
No pretendo extenderme demasiados detalles de nuestra estancia en la isla de Maui, pero no quiero pasar por alto la velada en el restaurante Mala Grill, en Lahaina, más concretamente en Front Street, entre los acordes de música autóctona y sensual, mientras nos servían camarones al coco con salsa picante de menta, ensalada vegetariana con queso de soja, Avalon chamuscado sashimi con salsa de jengibre y setas shitake, Carne de Kobe con queso y un dulcísimo y sabroso caramelo Miranda como postre. Las copas, la lluvia de pétalos, la danza sinuosa de nuestros cuerpos, entre el corchete amoroso de sus brazos, ya forman parte de esa intimidad que queda velada por el visillo de la noche y el silencio prudente.
Eso debe ser lo más parecido al paraíso, terrenal claro, siempre y cuando la cartera responda adecuadamente. Es como comprar un cachito de cielo o de felicidad antes de tiempo, no sea que luego haya overbooking y no queden plazas libres al lado de San Pedro y los demás.
ResponderEliminarLo de "Viajes alrededor del cuarto de estar" debe ser como aquella canción de Mecano que decía: "Hawaii, Bombay, son dos paraísos... que me monto en mi piso."
Un saludo.
Muy buena idea: con la literatura al uso y tecnología a mano,los viajes que promocionas, Francisco,son los más adecuados a mi edad y circunstancia, a ver si coincidimos en alguno de ellos... Beso
ResponderEliminarYa ves, pedazo viaje.
ResponderEliminarQue maravilla. Toda una satisfacción por tu parte y la mía por ver que disfrutaste.
Recibe un abrazo.
Lo hayas hecho o sea producto de tu imaginación, has conseguido ponerme los dientes largos larguísimos con este viaje.
ResponderEliminarUn abrazo.
Francisco, no creo que hyas dejado la feria de Sevilla para irte a Maui, por muy paraíso que sea.
ResponderEliminarSaludos
Monsieur, extiendase, extiendase usted, y así al menos podremos viajar de modo virtual los que no podemos abandonar la ciudad en estas fechas.
ResponderEliminarUn lugar paradisiaco, de esos que aparecen en nuestros sueños.
Feliz dia, monsieur
Bisous
Antonelo duda de que haya dejado la Feria de Sevilla para irme de viaje tan lejos; Elena duda entre la realidad y la ficción, Tere-Incisos da en la clave y La Dame Masquée, Mari y Cayetano están por que siga viajando. Se trata efectivamente de un viaje virtual, un viajes con inicio y final en mi cuarto de estar, pero con la verosimilitud de datos reales que lo hacen creíble: pura ficción con datos recopilados de Internet.
ResponderEliminarHace muchos años escribí bastantes capítulos con el mismo nombre genérico, pero entonces era más difícil, había que pedir folletos a las embajadas, consulados y oficinas de turismo, esperar la respuesta por correo convencional, etc.
Gracias por vuestros comentarios.
Menudo viaje acabo de hacer, leyendo esta entrada.
ResponderEliminarEs un placer volver por aquí, y si encima se da uno el lujo de un viajecito así, aunque sea virtual, mejor que mejor.
Muchas gracias, Francisco.
Un abrazo.
Magnifique, monsieur!
ResponderEliminarYo también voto porque sigas viajando!
La sala de estar es el aeropuerto perfecto para que despeguen estos viajes, así que, ya sabe...!
Abrazos!
;)
Acabo de regresar y me encuentro con este viaje. No sé que me apetece más si la estancia en ese paraíso o los manjares con los que finalizas. Voy a ver si me pongo al día ya que llevo más de quince días sin poder visitaros. Un saludo
ResponderEliminarLa amplitud de horizontes es algo interior. ¡Nos encanta esta forma de viajar!
ResponderEliminarSaludos, compañero.