Cuando el vuelo de Vueling se acercaba a Sondica anunció el comandante que encontraríamos un día algo gris, pero una agradable temperatura 24 grados y el viento en calma. A las 12,30 en punto tomábamos tierra y llevaba todo conmigo en el equipaje de mano; a fin de cuentas sólo tenía 24 horas de estancia en Bilbao y un asunto de vital importancia que resolver, al que me había encomendado mi empresa. Una amable señorita de uniforme me señaló el punto de salida de Bizkaibus con destino al centro, pero le respondí que tomaría un taxi. Aproveché para mostrarle la foto y, tras observarla brevemente, me respondió en silencio encogiéndose de hombros.
“Al Ercilla, por favor”. El taxista puso el motor en marcha y al tiempo de arrancar me preguntó, “¿Tiene usted reserva?” Le respondí que iba a un encuentro profesional y que tenía el tiempo justo para llegar al hotel, tomar la habitación y repasar mi intervención antes de la comida. Guardó silencio y enfiló con decisión camino de Bilbao. Al bajarme del taxi le mostré la foto y tampoco supo darme norte de nada. A la una y diez ya había tomado posesión de la habitación; una junior suite de las que no suelo permitirme cuando viajo por mi cuenta. Coloqué mis pocas pertenencias, encendí el ordenador, contesté algún correo imprescindible y me dispuse a repasar mi ponencia y los subterfugios de negociación.
Hice una comida casi frugal: unas vainas salteadas, una merluza plancha y café solo. Estaba inquieto. Era mucho lo que me jugaba y bastante más lo que mi empresa había puesto sobre mis hombros. Salón Gorbea. Según penetraba hice un pequeño rezo mental y me adentré con resolución, sonriente y saludando con oficio y elegancia a los conocidos y a quienes me fueron siendo presentados. No quiero hablar del desarrollo de la misma por recato profesional y por no parecer inmodesto; sólo diré que mi empresa quedó muy satisfecha con mi servicio.
Los fastos y las copas llegaron hasta la madrugada. A la hora de irme a la cama tomé un protector de estómago que antes había olvidado y una ducha. Programé el iFone para no levantarme demasiado tarde. Contaba con un par de horas, pues el VY 2503 salía a las 13 horas con destino a Sevilla. No disponía de mucho, pero lo suficiente para darme una vueltecita por el Guggenheim.
Dormí plácidamente. Tomé un café y un zumo y salí del hotel con mis pertenencias y la foto en la mano dispuesto a cambiar el museo por encontrarla. Pregunté al conserje, a la camarera en la cafetería, al portero… todos parecían asombrarse de que les preguntara con una foto en la mano. Tenía que estar a las 12, como tiempo límite, en el aeropuerto y nadie sabía orientarme dónde podría encontrarla. A las 11,35 paré un taxi con la derrota asumida; no obstante le mostré la foto antes de subir y me dijo el taxista: “la reconozco, pues; está en Madrid”.
Espero que Edurne no se moleste conmigo por haber tomado su foto para hacer este viaje imaginario y este juego que sólo pretende ser un guiño. Un abrazo, Edurne, y también a todos.
ResponderEliminarJa,ja,ja,ja... Buen relato, Francisco.
ResponderEliminarJajajajaja!
ResponderEliminarEspera que vuelvo dentro de un momento...
Es que me estoy tronchando, oiga!
Muy bueno!
Eskerrik asko!
;););)
Que vuelvo, eh!
Pues para nada que me ha molestado, querido amigo!
ResponderEliminarAl contrario, me he sentido halagada y me has emocionado!
Y encima haces un alarde de tu conocimiento de mis pagos que... como para no ponerme así como más "de Bilbao", jejejeje!
Y mira, hoy precisamente tenía unas vainas para comer! No en el salón Gorbea del Ercilla, pero sí en la cocina de la señora Edurne, mi ama.
Pues que le puedo decir, caballero, que no sea reiterarle mi más rendida admiracióna a su buen saber (savoir faire) en todos los sentidos, y mi agradecimiento por este guiño tan amistoso y cariñoso...!
Eskerrik asko, de verdad y de corazón!
Un abrazo enorme, cargadito de espuma cantábrica!
♫ ♫ Miralá, miralá, miralá....♫ ♫
ResponderEliminarSimpática historia con viaje virtual incluido y ese colofón tan madrileñamente castizo o tan castizamente madrileño. A elegir.
ResponderEliminarUn saludo.
Muy bueno Francisco, no me imaginaba el final. un abrazo a los dos .
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ResponderEliminarLos torreones para los castillos
los castillos para el sielencio
las estrellas para el firmamento
y para los amig@s mis sentimientos.
Feliz fin de semana!!
María del Carmen
Muy ingenioso Paco y esa foto de Edurne en la Puerta de Alcalá está genial, ahora ya sabes donde está. Un fuerte abrazo para los dos.
ResponderEliminarEstaba pegada a la pantalla leyendo tus líneas, sin saber si era un relato ficticio o retazos de una autobiografía y, de pronto, me veo a una guapa dama al final del texto, para recordarme que un poco de todo hay en esta narración.
ResponderEliminarSeguro que a Edurne no le importa.
Saludos
jajajaja Vaya una tomadura de pelo:)
ResponderEliminarMirala, mirala, mirala, la Puerta de Alcalá...
Luce esplendida igual que Edurne.
Un disfrute de entrada. Beso.
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