Amanece un silencio
audible
en medio de un inicio de
claror
que todavía son tres
cuartos de tinieblas.
Las calles huelen a
desierto:
solo los pájaros alaban al
nuevo día.
Fin de semana: un invento
con el que cambiar el
horario
para dislocar el ritmo habitual,
enloquecer la madrugada,
y obligar al día a ser
noche.
Ya es pleno día y persiste
el silencio,
los coches duermen o velan
estacionados
con la afonía de cada fin
de semana.
La vida parece dormir la
siesta,
mientras se recupera de
los estragos
de la noche anterior.
Silencio.
Silencio pleno.
La naturaleza sigue a su
ritmo,
pero los ciudadanos se han
obcecado
con el calendario y han
invertido
el sentido de la marcha.
No me gusta ese cambio de hacer de la noche completa diversión para después pasar el día durmiendo. Me quedo con mis años de juventud donde había que respetar el horario que se imponía en casa: hora de llegada a las 10 en punto de la noche y tan felices todos.Saludos
ResponderEliminarSomos de otro tiempo, Charo, por eso me causa extrañeza y parece que a ti también.
EliminarUn abrazo.
Me gusta como describes esa calma chicha de los fines de semana... Saludos
ResponderEliminarAcá no hay calma ni de noche, ni de día. Y menos en los fines de semana. Envidio esa quietud y silencio de tu poema.
ResponderEliminarUn abrazo.