A
Isidoro Jara, que me provee de bellas imágenes.
Era una niña tímida, pero aplicada;
solía resolver con mayor eficacia
las ecuaciones y los ejercicios de química
que la comunicación con sus compañeros de clase,
pues su ineficacia social era ostensible
como lo era también superar las tablas de gimnasia.
Cuando le hacían salir al encerado,
era como una comba suspendida que no acaba de voltear
y se quedaba in albis
por un espacio de tiempo inesperado.
Se sabía observada y objeto de risas jocosas
que resolvía bajando la cabeza
y perdiéndose en los libros.
En cierta ocasión, el profesor de Naturales
pidió a la clase que, de manera sucinta,
explicasen al resto en qué consiste el otoño;
ella, después de azorarse,
abrió las páginas de un libro del que sacó una hoja
disecada
y levantándose, con su brazo en alto, la mostró y dijo:
la
vida que declina y se renueva.
No solo es una perfecta definición del otoño, también lo es de la vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Emilio, por tan elogiosas palabras.
EliminarUn abrazo.
Gran definición, sobre todo si tenemos en cuenta que viene de una niña: la vida que se renueva, hablar del otoño desde la primavera.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco. Marcho al exilio hasta el lunes al mediodía.
Esa es la proyección, hacia el otoño, Cayetano. Seguramente esta niña ha oído con mucha atención a su abuelo y ha aprendido de él.
EliminarUn abrazo.
Tan breve y tan perfecto como una hoja de otoño caída. Buenísimo. Beso
ResponderEliminarGenial... eso es el otoño, las estaciones y, como ya te comentaron antes, así como tú al estructurar este poema, ¡la vida entera!
ResponderEliminarBesos de jazmín.