Bajo la melena de cereal
mecida por el viento,
unas margaritas son diadema en su cabeza
y en las comisuras de sus
labios
un panal empapado de deseo
se asoma a su boca
─granada abierta─
inaugurando la mañana
con sones de alegre marcha
encendida.
En el mar de sus ojos,
el azul del cielo destila
privilegios
con los que sentirse
señalada
y un corpiño ciñe sus exuberancias
como elevaciones indiscretas
que se asoman
a un precipicio.
Lleva la cintura ceñida por
un abrazo de cuero
del que vierte, ampulosa,
la vestidura talar que se
hace tobillera
antes de llegar al suelo
sobre el que camina
descalza,
de puntillas, como quien
sobrenada vaporosa
sin dejar huellas.
Una religión que tiene cierto atractivo.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
¿Cierto? ¡Certísimo, Cayetano!
EliminarUn abrazo.
Ciertamente etéreo como la musa inspiradora de la foto. Saludos.
ResponderEliminar¡Hermoso! Siempre hacer sonreír de satisfacción a las musas. Es más, hacen fila a tu puerta para ser tocadas por tu pluma.
ResponderEliminarUn abrazo.