Una visita al cementerio y
me percato que allí
es más numerosa y popular mi
familia
que en el Paseo o en la
Plaza.
Se repiten mis apellidos a
ambos lados
de la única calle: una y
otra vez
por las ramas de la podada
genealogía.
Los mármoles, algunos
desvencijados,
sustentan viejas fotografías
descoloridas por el tiempo
de lejano recuerdo
y seguro olvido. Nadie
habla.
El silencio es sepulcral.
No hay flores. Las que
resisten
están agostadas como el
heno. Todo paja inútil.
Todos y cada uno callados en
su para siempre.
Sin prisas; como a lo hecho,
pecho.
Reparo en las cifras:
muchas vidas truncadas
antes de llegar a los
sesenta;
promesas esculpidas en
mármol de hijos y nietos
que el tiempo pone en duda
y no podrá verificar el
finado.
¡Qué solo están los muertos!
¡Qué callados!
¡Qué quietud, sin la menor
réplica!
Silente alboroto de los
sentimientos.
Quietud es la palabra mejor para definir un cementerio.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
También descanso, Cayetano, porque estar aquí para siempre... ¡Tela marinera!
EliminarUn abrazo.
Son tantas cosas las que nos inspira un cementerio...Pero, la paz es la más importante y también la fé, que sobrevuela las tumbas señalando el cielo...
ResponderEliminarMuy reflexivo y triste, Franzisco.
Mi abrazo y mi ánimo.
Me entristece que se me haya pasado este comentario tuyo sin darte respuesta, sin dejarte un testimonio de mi agradecimiento. Es cierto que no todos los días son iguales, pero bien merece una lágrima por aquellos que te precedieron y te dieron la vida.
EliminarUn fuerte abrazo.