Hoy he vuelto a mi nacencia
y la he encontrado mustia
y desarbolada. Las mismas
calles,
algunas levantadas por
canalizaciones
municipales de suministros
varios;
un sol de justicia daba la
hora
del riguroso estío y las
calles
desérticas guardaban
silencio.
En el oasis de los Chorros
un caudal incesante;
en las caras de los
reconocibles
la estirpe familiar como
ficha no escrita;
algunos me miraban con
recelo
de turista pobre, otros con
complacencia.
Por el escorzo de las
sombras,
quienes me precedieron
y arroparon mis días
pretéritos.
De vez en cuando viene bien asomarse a los lugares por los que uno transitó cuando era niño. La memoria se encarga de recuperar un poco lo que fuimos. Y así nos reencontramos con un pedacito de nosotros que quedó allí, testigo de un tiempo que se nos fue. Comprendo esa sensación. La he vivido.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Así es, Cayetano, y no podemos hacer encargos, porque de lo contrario me toparía con tu infancia cuando me paseo por la Sevilla augusta de los emperadores romanos.
EliminarUn abrazo.
Ayer justamente, por cuasualidad, es decir, no, me desvié a propòsito de mi camino al barrio de mi infancia. Sentí la misma sensación. Nada estaba, todo, salvo la casa de mi profesora de piano y la escuela primaria donde cursé, estaba reformado. Pensé en sacar fotos, pero mi ánimo no me dejó. Tal vez vuelva para hacer una mejor catarsis de tiempos y personas idas.
ResponderEliminarAlgo Superior nos une es por eso que tu poema cala hondo en mí. Gracias. Cariños.
Muchas gracias, Rosa María, por acompasarte a este sentimiento que es catarsis, como muy bien dices. Lo que somos hoy, está levantado sobre todo nuestro ayer: nuestras vivencias, aprendizajes, las personas que nos acompañaron...
EliminarUn abrazo.