Tomo aliento y observo a mí
alrededor:
las caras de tristeza son
más abundantes
que las satisfechas;
algunos sollozan en
silencio,
otros de callada pena negra
y son muy pocos los
exultantes de alegría;
un negro vende pañuelos de
celulosa en el semáforo
y un inválido se mueve torpemente
en su desvencijada silla de
ruedas
trotando sobre los adoquines
con una mano
extendida a la caridad;
varios niños juegan en la
plaza
y desmigajan la merienda
en favor de las voraces
palomas;
los vencejos se han exiliado
temporalmente como
otros muchos arquitectos
y han tomado posesión
hispanos, musulmanes y rumanos;
los de jornada reducida y
salarios de miseria
miran de soslayo hacia la
cafetería
y pasan de largo. Una señora
llora mientras habla por
teléfono
y las lágrimas conocen los
surcos
de sofocones anteriores;
en las puertas del templo,
la competencia
no admite rivalidad y se
quedan
los de siempre. Una chica
joven
es amenazada por su pareja y
da muestras de saber lo que
le espera, y acata;
en el escaparate hay un
rebote
de miradas con los mismos
sueños
e idénticas insatisfacciones…
La ciudad es un bullicio
anónimo,
pero quien quiere ver,
además entiende y comprende
cuál es la verdad y
las coordenadas de la vida.
Tus poemas sociales me encantan, pero ten cuidado, ya sabes que en la frontera con Andalucía hay millones de africanos esperando entrar, eso dicen los mentirosos.
ResponderEliminarSaludos
Gracias, Emilio Manuel. A mi edad no es fácil amedrentarme y me da igual lo que digan otros. Yo necesito decir esto para contrarrestar a ese coro de voces alarmistas.
EliminarUn abrazo.
Un poquito de sensibilidad, empatía y humanitarismo siempre viene bien ante el incesante bombardeo de mensajes xenófobos y, sobre todo, clasistas que están de moda. El verdadero peligro no viene de los pobres que venden pañuelos en los semáforos ni de los que piden en las puertas de algunos establecimientos. Los verdaderamente peligrosos son los gamberros violentos que campan a sus anchas por zonas turísticas y las mafias que vienen y se instalan en la costa y se dedican a negocios delictivos, los mismos que blanquean dinero comprando miles de pisos que hacen que los alquileres suban de precio. Parece que esos extranjeros, como no son pobres, molestan menos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Como sabes, Cayetano, estoy estos días en Marbella, en mis orígenes. Aquí cuando llegaron los petrodólares, a las personas de un mismo país se les llamaba Árabes, a los ricos, y Moros de Mierda, a los pobres.
EliminarUn abrazo.