Quisiera imaginar al Congreso de Diputados
exento de exabruptos.
No hablo de acuerdos generalizados
y mucho menos de unanimidades
que no reflejen el sentir de las bases,
hablo de respeto y de veracidad.
Digo que me gustaría imaginar entre ustedes
la corrección que se nos ha esfumado,
posiblemente por el alcantarillado de las disputas,
como flecos de unos modales del lodazal
que hoy son meros confetis y serpentinas
de bulos, patrañas y mentiras
echados a la basura del día a día
con pasmosa naturalidad.
Acabado el recuento, lo único que cuenta
no es lo que cada uno pueda aportar
para el bien común o el sentir de sus electores,
sino que, aupados en la mentira y el insulto,
descalifican al adversario sin importar los métodos.
No. No es un servicio. Es una servidumbre
por la que escalar pisoteando al otro
cueste lo que cueste.
Así no, señorías,
la murmuración, la calumnia y la mentira,
nunca serán las armas de una dama o un caballero
que represente y de ejemplo al pueblo.
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