En la luciérnaga del reloj
la confirmación digital
del nuevo día,
cuando todavía
la oscuridad está engallada
y a la luz solo se le adivina
su próxima aparición.
En tu mano
late el pulso de la madrugada
y fagocitas el tiempo
a tragos no disimulados.
En la indecisión,
las fuerzas son inferiores al deseo,
pero acaba por imponerse
en el balanceo
que lleva los pies al mármol frio.
Camino en penumbras
hasta llegar a la trinchera
y el día se despereza en la ventana,
coreado con estruendo
por el ronroneo de algunos automóviles.
Lo que no visualizo
me ayuda a descubrirlo la costumbre
y me lo confirman las primeras ráfagas
diseñando los ángulos
y las perspectivas de ayer:
un nuevo día
para gozar desde su inicio.

Amanece que no es Paco.
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