Este transitar diario
de la luz a la penumbra,
de la ilusión al quebranto,
de la esperanza a la angustia;
este murmullo incesante
que hace compás en el pecho
y este caminar avieso
que a veces tuerce lo recto.
Para morir,
tan solo un silencio basta,
un dejar de respirar,
de sentir curiosidad
nos lleva al punto final
donde entregas la cuchara;
en cambio para vivir
se necesita armonía,
alimentarse, dormir,
y llenar de pan la panza
una o más veces al día.
Un sueño que no despierta,
que se prolonga sin fin,
sin respirar ni sentir,
es el final de la vida;
es la mar que se serena,
es el viento que se frena,
el río que ya no fluye,
es olvidar el presente
es transitar al olvido:
condena de los ausentes.
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