Hay un dolor físico
que incapacita,
también un dolor del alma
que anula voluntades
y arrincona
en las trincheras del olvido.
El primero se niega
a actividades motrices;
el segundo es un nublado intenso
que ciega al medio día e incapacita,
cual lámpara sin aceite
ni mecha, sin ánima.
El silencioso dolor silente
es medio día
que en plenitud se precipita
por la línea del horizonte,
sin alaridos que trasciendan,
es soledad compungida
que se consume,
como las brasas de la chimenea al alba,
cenizas y tizones que ciegan
y anulan.
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