Fue en tu jovial primavera,
cuando la floración es una constelación
arracimada en la abundancia,
anunciando frutos prolijos
y muy apetecibles.
Llegaste envuelta en una
tímida sonrisa
que no podías disimular,
tras tus abundantes mechones.
Tan solo intercambiamos miradas
cargadas de intención,
pero el poder de tu presencia es tan cautivador
que guardo memoria fiel
del rayo que restalló cruzando todo mi cuerpo
hiriéndolo de amor.
Sobre la bóveda del cielo,
la luna era un redondo esplendor,
y asimilé su imagen, a futuro,
como esa foto tuya que aún no poseía.
Un brío desconocido ardía en mí,
desde ese instante,
y lo atesoré como resguardo
de tu específica y tierna mirada,
en la que desde entonces me miro
y me siento preso a perpetuidad.
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