Como amarillea el papel fotográfico,
después de un lapso de tiempo
dormitando en el viejo álbum,
o en un cajón donde anida el olvido,
al igual que esos recortes de prensa
que hablan de un ayer remoto
que ya nadie recuerda y a pocos interesa;
así es el transcurrir de nuestras vidas:
un fogonazo de luz, una instantánea
cargada de urgencias inaplazables,
que antes o después dormirán
en el deterioro de la memoria
y tal vez en algún residuo
que para otros, en caso de hallarlos,
será una huella irreconocible,
donde se han desvanecido nuestros latidos
en la declinación certera
en la que ya seremos moléculas de un todo.
 

 
 
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