Reverdecido, terso, enmarañado y tierno,
el naranjo suspende sus bolas verdes
a la espera de su fiesta temprana,
y allá en el recuerdo,
el oro de su fruto como joya en la mesa.
En la tarde otoñal, cercana la espera,
cuando todo se hace opaco a la mirada,
el campanilleo transformador
y anaranjado
arracimado en la abundancia,
es silencio donde solo la brisa
ofrece el contrapunto
y evoca el recuerdo del ágape inminente.
Flota en la tarde un gozo luminoso,
una intuición que se adelanta
a llenar la cesta con la apetencia,
a satisfacer el gusto con la mirada,
con la ambición de lo insuficiente;
mientras el aroma a cítrico
invade las pituitarias
y el deseo es bacanal en boca
que se degusta en la memoria
y en cercanía.
de niño teníamos un naranjo, era (y sigue siendo) mi fruta favorita, al leerte me mente fue transportada en el tiempo y espacio! que bonitos recuerdos me has desatado, recuerdo el frutero en la sala lleno de naranjas que perfumaban toda la sala.
ResponderEliminarGary, ese es también mi caso. Mi abuelo tenía una huerta de naranjos y luego llegó a manos de mi padre, tan vez por ello las naranjas siguen siendo una constante en mi vida. Muchas gracias.
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