Habían venido de Valencia
y tanto el habla como las
costumbres
eran algo extraño y
atractivo;
en el pueblo todo era
mortecino,
salvo en fiestas,
donde se multiplicaba
el escaso alumbrado público
y el ruido
de la orquestina que acababa
con la monotonía
sacándonos de lo cotidiano
por cuatro días.
Era un tiempo de la rompa de
los domingos
y de la de diario, donde los
televisores
se encaramaban en un estante
bien alto
de escasos bares,
convirtiendo en cines
improvisados
el bullicio ocioso de
aquellos días remotos.
Y resultó que tenía un “pikú”
y una manera amable de
entender
la sociedad del momento;
como consecuencia, tardes de
castos guateques
y limonada, que pronto
despertarían
a otros sueños de inocencia
marchitada.
Era el despertar de una
juventud amodorrada
que acabó colgando los
bostezos
con el alud cálido y
desmelenado del turismo.
Y cuando el disco pegaba brincos o estaba rayado, le poníamos una peseta en la cabeza del brazo de la aguja.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Pikú es igual a tocadiscos, esos aparatos que hoy se venden como cosas raras y "vintage" que utilizaban los abuelos, donde se ponían unos discos grandes o pequeños pero negros y con un agujero en el centro.
ResponderEliminarUn abrazo
Ese despertar fue mágico, nos enseñó a todos a ver la vida con otras perspectivas. Es bueno recordarlo y ahora cuando volvamos a la calle lo hagamos con la misma ilusión de descubrir la vida.
ResponderEliminarMi abrazo y mi cariño, Francisco.
Recuerdo bien aquellos guateques con los amig@s y lo bien que lo pasábamos sin necesidad de beber alcohol.Saludos
ResponderEliminarLa música, siempre está presente en nuestras vidas.
ResponderEliminarBesos
¡Qué bien lo has descrito, Francisco!
ResponderEliminarTiempos de sana convivencia en que todos ae conocían y se podía confiar a obos cerrados.
ResponderEliminarUn abrazo.