El aplastante peso del
verano
en la mochila de la
sobremesa,
la mirada perdida en la
techumbre
como escalando el alero
desde la quietud,
por las volutas de lo
imposible,
más cerca de la
inconsciencia
que de la reflexión o el
cálculo.
En el reloj de la plaza
un número incierto de
campanadas,
el sol jugando a perder la
verticalidad
alargando las sombras hasta
deformarlas
y las palomas encaramadas en
las ramas
en formación de silente
descanso.
No corre brisa. El
ventilador gesticula
sus fatigosos esfuerzos
por ser confortable y el
sudor es el fruto
de una situación que no
encontró
su más plácido acomodo:
la siesta es un yoga muy placentero.
Ya mismo nos quitamos ese peso.
ResponderEliminarSaludos
Buenos días, Emilio. El peso no pesa sopesando el sudor, pero la siesta, a mi edad, es siempre muy sabrosa.
EliminarUn abrazo.
Por eso algunos paisanos hablan del "yoga andaluz".
EliminarUn abrazo, Paco.
Debe ser, Cayetano, pues noto que durante la siesta se me agudiza el acento.
EliminarUn abrazado abrazo.
No veo el momento de echar el pestañeo, sin siesta no soy nadie.
ResponderEliminarUn beso.
Intenta hacer como el bebé de la ilustración, que necesita muy pocos requisitos para echarse y dormir. Muchas gracias por venir a leerme, Musa.
EliminarUn beso.
El sol echa un pulso al cuerpo, al reloj, a las palomas y hasta el ventilador...Puede con todos y lo mejor, como dices,es quedarnos quietos y despistarlo con el yoga-siesta...Muy creativo, Francisco.
ResponderEliminarMi abrazo y feliz semana.
Mil gracias, querida amiga por tu comentario.
EliminarUn abrazo.