Soñé las calles de Antioquía
como se sueña en un amor
imposible
o en sacarse un premio del
que
no se ha comprado
participación alguna.
El Orontes corría a su
encuentro salado
sin prisas ni pausas,
sin ningún síntoma rebelde
como el que
curso arriba le habían
otorgado.
Sus calles un gentío
abigarrado,
un tránsito humano que le da
carácter
a sus calles, plazas y
cafetines.
Dos grandes avenidas
porticadas
se cruzan en perpendicular
en el ágora,
donde la ciudad se dilata
al tiempo que se comprime y
toma su esencia;
lugar en el que Pablo
predicó por primera vez a Cristo.
Todavía no comprendo cómo he
llegado
hasta esta gloriosa ciudad
en otro tiempo,
ni la mescolanza que no
enturbia la vida,
aunque la agita,
con sus desiguales aportes
de suníes ─turcos y árabes─
alauitas ─árabes─
y cristianos ─árabes y armenios.
Hasta que he llegado al final no me he dado cuenta que te refieres a otra Antioquía, no a la Colombiana, entre las dos la diferencia es tan simple como tener o no un acento. Ahí te dejo la posibilidad de hacer un poema, yo soy un negado para ello.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Emilio. Como bien dices, es otra posibilidad. Si acaso me decido a hacerlo te lo dedicaré por tu iniciativa.
EliminarUn abrazo.
Conocer otras culturas es muy sano. Nos cura de muchos males.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Lo único que conozco de este fondo Mediterráneo son lecturas. Mira por donde, Cayetano, me ha dado por crear un viaje no hecho.
EliminarUn abrazo.