Era el medio con el que
descubrir
paisajes inéditos,
geografías
sorprendentes
que amenazaban entrar por
las ventanillas
en las curvas cerradas,
como esos trigales cuando,
─agitado por la brisa─
parecen un mar verde sin
llegar a encrespado
que baila un vals
con la misma elegancia de
los grandes salones.
Como la hoja viste las ramas
y más tarde palidece
y se hace hojarasca
que se arremolina tupida
como una alfombra
cuando el viento hace
travesuras
y las junta o las
desparrama,
así el viejo auto, cansado
de quemar
combustible siempre en alza,
se rindió para siempre
y ahora es la naturaleza
la que sale a su encuentro y
lo viste con sus gala.
Al final, la naturaleza acaba apoderándose del espacio que le pertenece por derecho propio.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
El agricultor sabe bien los esfuerzos que tiene que hacer para que su parcela no se le vista de monte, Cayetano.
EliminarUn abrazo.
¿Cuanto tardará la naturaleza en destruir ese engendro?
ResponderEliminarUn abrazo.
No sé calcularlo, Emilio, pero seguro que bien poco.
EliminarUn abrazo.
Bueno, integrarse en la propia naturaleza no es tan malo, es una forma digna de morir, la vegetación acabará enterrándolo y solo será un recuerdo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Eso es lo cierto, Julia, que la naturaleza acaba por deglutirlo todo. Muchas gracias por leer y comentar.
EliminarUn fuerte abrazo.