El arco iba arañando notas
con similar dulzura y solidez
a la que la miel gotea en la taza
desde el dispensador.
La armonía proclamaba su reinado
destilando el perfume de arpegios
como cándidos pétalos de jazmín,
de un blanco inmaculado.
Junto a la mesa, en el jardín,
un farol iluminando la escena,
de la que el virtuoso escapaba
y volvía una y otra vez.
De la extrema dulzura
a la melancolía,
y el corazón sobrecogido de emoción.
Como furtivos,
los breves chasquidos de las copas
de dos enamorados que se miran
y no vocalizan los deseos.
Es el inicio de una larga velada,
el preámbulo de la dicha
marcado por un arco tembloroso
en una mano inquieta,
con cada uno de sus gestos estudiados.
La música del violín
es un lenguaje universal.
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