Aguas mansas
que se deslizan como un regato,
apenas un rumor imperceptible,
un fluir de boca en boca,
cada una marcada
con la tilde de su acento.
Entonces,
lo apenas insignificante, engorda,
lo nimio se engrandece
y toma volumen y acento grave,
voz engolada en el pronunciamiento.
En su corazón
anida la mala fe:
asolar derrumbar, desescombrar,
no dejar ni siquiera un resquicio
al aire puro.
Nació viciado,
a la sombra de la inquina
y bajo la virulencia disimulada
de un “de dice”, “se cuenta”,
arropado en el anonimato de las masas,
ese fermento soez de la difamación.
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