Se iba pronunciando con solvencia,
marcando las pausas y las tildes
oportunamente, con ritmo vivaz
y pausas oportunas,
pero fue bajando el tono
al percatarse,
entre un murmullo de sordos temporales,
que nadie esta a lo que estaba.
Puso, como pudo, el punto final
por el que salirse sin ser visto
y la masa seguía a lo suyo
entre copas y confidencias a gritos:
su éxito fue tomar la iniciativa
antes de que le dejaran solo.
“No hay mas desprecio que el no aprecio”.
Así nos hemos sentido alguna vez los que nos dedicamos a la docencia.
ResponderEliminar