Se arracima el sol sobre la playa
hasta que muere el día,
derramando sobreabundancia,
-con toda virulencia-
entre risas, poses y cremas protectoras.
Un vivir acribillado
y untuoso en la piel
por lo extremoso de la exposición.
El tegumento muestra en la rojez
su fragilidad,
y en el bronceado posterior
la terquedad de las horas
de exposición solar,
del que presumir
antes que nos vistamos de otoño
y envolvamos el cuerpo
de algodón y fibras,
con o sin nombre.
En el ocaso es hora de volver
y encontrarnos
con los inconvenientes cutáneos
del exceso de tueste.
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