Hermoso como una cascada,
como un cauce sobreabundante
a punto de desbordarse.
Sobre la superficie, espumaban
la gula y las ansias por entregarse
en brazos de otro río o del mar,
obsesionado en una soledad indigerible.
Una mirada retrospectiva
y vislumbró el copioso germinar
que a su paso se arracimaba.
A poco, en el verdear de los campo,
amarilleaban los futuros frutos
como himnos de esperanza
que anticipa el devenir lujurioso.
A cada trecho, un sustraendo, una acequia,
un brazo líquido que se desangra,
una lactancia preñada de futuro
que reverdece los campos y los ahija:
la fertilidad es la respuesta agradecida
cuando la sed endémica ha sido saciada.
La brisa agita las plantaciones
y las mece pautando su armonía
con la ceremonia de un salón de baile.
Más adelante suenan las cosechadoras,
suena y sueña en algún lugar
las cajas registradoras.
El caudal ha languidecido,
pero avanza optimista y confiado:
la docilidad de quien asume su sino
es dulce donación, total entrega,
en las salinas aguas del Mediterráneo.
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