De la posguerra aprendí a guardar silencio,
a dar gracias por haber llegado tarde,
a eludir palabras sonoras
que pudieran haber sido aprendidas
en el entorno familiar,
a captar los conocimientos de la enciclopedia Álvarez,
a usar la caja de lápices Alpino,
a corregir y borrar y a pedir perdón,
a saber escuchar
cuando los mayores hablaban en voz baja
y a silenciar lo escuchado a todo trance.
Aprendí que la letra con sangre entra
y que un sopapo es la alberca materna
derramándose por el rebosadero.
Aprendí también el Pan nuestro de cada día,
a besar el trocito que había caído al suelo
y seguir comiendo y dando gracias.
Aprendí que nada se alcanza sin esfuerzo
y a ser aprendiz para toda la vida.
Además de todo lo que cuentas aun recuerdo, formar en el patio cantar "montañas nevadas" levantando el brazo mirando a la bandera, será por eso que rechazo la canción, el brazo levantado y la bandera me hace poca gracia que me la restrieguen.
ResponderEliminarUn abrazo
Al menos tú mirarías a Sierra Nevada y te resultaría más fácil, pero en Ojén o Marbella ¿dónde iba por nieve?
EliminarUn abrazo.
Un aprendizaje demasiado doloroso.
ResponderEliminarTe abrazo fuertemente.
Evidentemente eran tiempos más difíciles, Sara.
EliminarUn abrazo.
Un aprendizaje que yo también tuve gracias a Dios y a mis padres y que me hizo una persona fuerte y responsable hoy en día ya no es así y ha nacido la generación de cristal. Saludos
ResponderEliminarEl exceso en protección hace a las criaturas más débiles, Charo.
EliminarUn abrazo.
Ahora ha cambiado bastante la educación. Los padres son muy permisivos y no les enseñan las normas mínimas de educación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pero se equivocan los padres. Sin esfuerzo no se llega a la meta.
EliminarUn abrazo, Antonia.
Cuantas cosas aprendidas para luego tener que desaprendarlas...
ResponderEliminarImagino que a todos nos han sucedido cosas similares.
EliminarUn abrazo.