La juventud escalaba por tus piernas,
se relajaba mínimamente en tus caderas
y seguía ascendiendo
hasta hacerse aguerrida en tus labios,
donde se pertrechaba de un ramillete frutal,
un eficaz excitante de mi sed
y se hacía sonrisa radiante.
Dos pétalos de rosas daban licencia
a tu pronta sonrisa,
a la música de tu silencio
y a la avidez de tus ojos.
Escanciabas alegría como de un aljibe sin fin
con pasillo secreto a lo inagotable.
Tu presencia, atrio de palacio,
las puertas del cielo, el trono soñado
repujado en púrpura y bañado de luz:
oro, piedras preciosas, filigrana y jade,
en el sobresalto de tu sonrisa.
Yo caminaba a oscuras, venía de lo imperfecto,
de un caminar errante de huellas sucias,
y en la urdimbre de tus yedras
estaba la partitura
de mis vivencias de eternidad.
Todo termina la juventud se marcha y con ella las energías que tenía antes el cuerpo.
ResponderEliminarFeliz domingo de descanso.Un abrazo.
Por suerte, Antonia, somos más que cuerpo, aunque es la referencia más a mano. Pero según nos vamos marchitando va tomando valor ese otro yo más duradero.
EliminarUn abrazo.
Cuando ese tipo de sentimientos se mantienen, es signo de que la juventud logró sobrevivir a toda prueba.
ResponderEliminarAbrazo anisados.
Muy bien visto, Sara. Los sentimientos van mucho más allá de lo que alcanza la vista y es más duradero.
EliminarAbrazos anisados.