Al volver la página
una pelota me impacta en una pierna
y se me cae el libro de las manos,
un niño sudoroso me pide perdón
con la boca pequeña y sale corriendo.
No es difícil leer en la Alameda,
lo complejo es sacudirse
del murmullo y la agitación
de ese mundo paralelo
que parece inexistente
cuando leo en casa,
encapsulado en un ideal inexistente.
Bicicletas y patinetes
al libre albedrío de la jungla,
aunque desplazamientos ágiles para otros.
En las terrazas se escancia
en cantidad y velocidad inusitadas.
Un escote generoso tiene por misión
mostrar el laberinto
donde los tatuajes desamortizan lo físico.
Dos chicas caminan amorosamente de la mano
y unos mayores las miran con añoranza.
Un malabarista inexperto
ensaya su soñado debut en el circo,
mientras en un banco cercano
descansa un pordiosero, su hatillo y su perro…
Vuelvo al libro;
no encuentro la página
y me voy de nuevo al comienzo
del capítulo cuatro: Seamos epicúreos.
No leo en la calle, aunque muchas veces me entran ganas de salir al parque que hay junto a casa y llevarme el libro, es un parque que solo está concurrido a la hora de pasear a los perros.
ResponderEliminarUn abrazo.
Habitualmente tampoco lo hago, pero sí algunas veces sí y llego a aislarme del mundanal ruido.
EliminarUn abrazo.
Leer en la calle, es complicado. Demasiados distractores, que sin el libro son muy entretenidos.
ResponderEliminarBesos.
Sí es cierto, pero no es imposible. A veces lo hago, Sara.
EliminarUn abrazo.
No te habrás concentrada en la lectura, pero todo esto te ha servido para una buena inspiración, que has plasmado ahora en tu escrito.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tienes todita la razón, Antonia. A veces veo alguien con un portátil encima de un velador y junto a una cerveza. ¿Quién sabe? Quizás esté hasta teletrabajando.
EliminarUn abrazo.
Me encanta leer en la calle: jardines, cafeterías, colas, bus....
ResponderEliminarEl "no silencio" me hace saber que estoy rodeado de vida.
En el autobús siempre, Tracy. Creo que es cuestión de costumbres.
EliminarUn abrazo.