Quiero escribir tu nombre
sobre roca,
en formato que un día
acabe en manos de espeleólogos
y puedan traducir este impulso
con vocación de imperecedero.
Trato de ponerle nombre
a este modo de sentir,
tan de siempre,
tan novedoso,
tan de un tiempo que aspira
a flotar en lo venidero
y quisiera enraizarse a tus piernas
y escalar por tus caderas
y por el busto hasta el cuello,
para colmarse de frondosidad
en el brocal de tu boca.
Quiero caminar descalzo
por el laberinto de las palabras
y
encontrar la tesela
que ponga el acento en esta herida
por la que me derramo,
ahora que soy consciente
que mi vida está en ti,
y así a perpetuidad.
Con esa mala costumbre de emborronar el paisaje, seguro que dentro de un millón de años, los paleontólogos se encontrarán nombres escritos en los lugares más insospechados.
ResponderEliminarUn abrazo.
¿Y qué será de esos estudios, ahora que incineramos los cadáveres, en un futuro no lejano? Esto es una prueba más de cómo la vida cambia sus rumbos, Emilio.
EliminarUn abrazo.
Para siempre su nombre y el sentimiento hacia esa persona, será una verdadera joya para quien lo encuentre.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Así es posible que sea, Sara. Nunca estaremos seguros hoy de lo que pensarán o sucederá pasado mañana.
EliminarUn abrazo anisado.
Quiero que no hace falta que lo grabes sobre la roca, cuando lo llevas ya grabado en el corazón.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues tienes razón, Antonia, no es necesario.
EliminarUn abrazo.