Me gustan los pronombres
porque son como el puntero
con el que se señalan los
puntos cardinales,
los mares, los ríos, la
meseta
o el pico más alto de la
cordillera
sin mencionar su nombre.
Además son como pegamento
porque aglutinan y no
segregan:
éste, ésa, aquella, éstos…
y muy especialmente me puedes,
tú.
Los pronombres son un
medio,
el más eficaz, para no
hacer
acepción de persona:
él, ella, ellos, nosotros
todos…
No reniego a ponerle
nombre
a cada persona o cosa;
jamás renunciaría a llamar
azahar
a ese delicado aroma, de
blancor níveo,
que blanquea los cítricos
en primavera,
pero si tengo que elegir
entre la multitud de copos
blancos,
¿no sería mejor decir
vosotros
saturáis mis pituitarias?
Por eso mismo me gusta
hacerte mía,
ser por siempre tuyo
y tutear en tus labios
este ímpetu,
este ardor mío, esta
pasión nuestra.