Protegido del sol sofocante,
sentado al pie de un algarrobo
con sus vainas marrones
como lágrimas negras,
descansando a la sombra
de su mucho esfuerzo y sofoco,
entre el sueño y la memoria,
hilvanando retazos de un paño
no salido de un telar.
Allá en la cumbre
los aguerridos alcornoques
gestando el lento fruto de su felema;
en los cerros cercanos,
y en los ocultos a la visión,
la ingente masa de olivos
maquinando maquilas;
junto al arroyo, un molino harinero
y un huerto fértil
donde el verde asume la ternura
y se deja acariciar por manos labriegas;
en las lomas cepas de vides
que son promesas de dulces tragos
en los días aciagos y en los otros,
para un invierno más llevadero…
Al abrir los ojos,
un choque de realidad indigerible:
tizones y cenizas de amarga memoria.